Venimos a este mundo solos como parte de esa Divinidad de la que provenimos, desde un plano espiritual, sintiéndonos plenos tal cual somos, sin miedo a la vida o al futuro. Desde el vientre de nuestra madre confiamos en que existe un orden divino, un plan universal que nos impulsa hacia delante. No dudamos que haya un mañana, que no vayamos a desarrollarnos, simplemente pasa. Cuando nacemos los padres o tutores ya se hacen cargo de nosotros, como diciéndole a la Fuente, “ahora me encargo yo”; es responsabilidad nuestra lo que pase a partir de ahora. Es en esos momentos de vida, nuestros primeros años, cuando creamos y desarrollamos nuestro ego, que empezará a manejar nuestra vida desde ese momento. Ese ego nos dice que soy alguien por lo que tengo, por lo que hago y por lo que los demás piensan de mí. Es por ello que construimos nuestra vida alrededor de esos factores.

Nos desconectamos de la Fuente, nos alejamos de esa divinidad que somos y nos apegamos a estos factores mencionados desarrollando una forma de vida que persigue su consecución; el hacer o tener antes que el SER. Nos identificamos con nuestro cuerpo, con la materia y por lo tanto nos distanciamos de nuestro Dharma, de nuestro propósito en la vida. Todos tenemos una razón de ser, de existir, incluso las plantas o los animales; solo que vivimos desconectados de él.

En el momento en que seguimos nuestra motivación, nuestra ilusión, nuestros deseos más profundos, estamos conectándonos con nuestro Dharma y entonces vemos como la vida fluye; no tenemos necesidad de controlarlo todo, simplemente nos rendimos a lo que es.

“Cuanto más silencioso te vuelves, más puedes oir” Rumi

Para descubrir nuestro Dharma debemos recurrir al silencio, para poder así conectar con nuestro corazón, con nuestra esencia, con lo que somos. De esa forma acallamos el ruido de nuestra mente, donde reside nuestro ego, y nos permitimos sentir.

Ese movimiento desde la ambición hacia el sentido normalmente va precedido de un salto cuántico. No se trata de hacer nada sino tan solo seguir el impulso de nuestro corazón y dejarnos fluir. Si confiamos en la naturaleza en que tendríamos todo lo necesario en el vientre de nuestra madre ¿por qué no podemos confiar en que ese orden universal también guiará nuestro espíritu? Porque interferimos. Ese orden universal irá en favor de nuestros intereses si dejamos de interferir en él y permitirá que nuestro ser se complete.

Una vez que nos conectamos con nuestro propósito ya no eres la persona que hace que pasen las cosas sino la que permite que aparezcan; la lucha ha desaparecido. No estamos aquí para empujar a la vida y estar en una lucha constante, estamos aquí para disfrutar y vivir en paz.

La clave es rendirse a algo que es mayor que nosotros y lo controla todo.